Entradas

Patrimonio cultural

Imagen
  Ballobar tiene encanto. Desde el mirador de la ermita de san Juan se puede observar el puzle de tejados enredados en el laberinto de calles que bajan hacia el río. Desde allí, los visitantes juegan con los niños a descubrir la ubicación de sus casas, el puente de piedra, la plaza Mayor, la placeta “el cura”, la gasolinera, el ayuntamiento, los pueblos del otro lado del Cinca, las riberas pobladas de chopos que marcan el curso de los ríos y las tumbas de los muertos. En otros tiempos, a la ermita podía accederse por un sendero que partía desde lo alto de la calle San Juan, y cuya ascensión permitía admirar el paisaje en los descansos y descubrir los cambios de perspectiva que se sucedían al ganar altura. Un antiguo sendero que sería necesario reparar, señalizar y conservar en buen estado, en beneficio de la capacidad pulmonar de lugareños y visitantes, al tiempo que permitiese catalogarlo en los mapas y aplicaciones que citan y describen rutas a pie por la comarca.  Al poco de iniciar

El Parque Forestal

En esta primavera seca que achicharra los campos y deja enjutos los pantanos, el bosque de pinos junto al pueblo se convierte en un oasis apacible y fresco en las mañanas de mayo. Sentados en lo alto de un sendero estrecho que asciende por encima de la copa de los p inos de los bajos, el tiempo se detiene contemplando el paisaje natural y escuchando el sorprendente trino de afiladas notas de un ruiseñor que nos alerta de su presencia oculta entre los árboles. A lo lejos, sentado en un banco próximo a la fuente, un hombre lee un libro acompañado de los agradables cantos de los pájaros y el rumor ocasional de algún vehículo que asciende hacia los montes. El caminar temprano por el parque se hace con tranquilidad, disfrutando de la sombra fresca de los pinos y por senderos adecuados a las fuerzas de cada uno. El encuentro con un vecino que pasea un sediento perdiguero de pelo largo y ondulado, da lugar a una tertulia agradable y campechana en la que se abunda en la permanente queja sobr

Escapada al Pirineu

Imagen
Anciles Entrados en este otoño sin boiras ni cerceras del Moncayo decidimos cambiar de aires y hacer una visita al Pirineu, a ver si allí refresca un poco. Las obras del congost de Ventamillo complican el recorrido natural y subimos por Graus, Bonansa, Noales y Castejón de Sos hasta Benasque. Una carretera sinuosa, pero en buen estado, con un paisaje de bosques ribereños, encinas, boj, abedules y avellanos pintados de otoño que nos conduce, aguas arriba del rio Ésera, hasta Benás. Una vez acomodados en una sencilla pero limpia habitación de hotel con buen servicio, saciada el hambre con buenas viandas y el preceptivo descanso que la edad requiere, en este caso por el madrugón, emprendemos camino de Anciles, una pequeña población a dos quilómetros de Benasque. Allí cogemos en sendero que asciende sobre una alfombra de hojarasca de abedules por el barranco de Matasomers. Un recorrido encantador entre paredes de piedras de granito y pastos, musgos, fresnos y espesas matas de boj que r

Horneros

Imagen
Hay aromas que despiertan instintos golosos. Pasear próximo a los hornos de pan a primeras horas de un día veraniego estimula los sentidos y el apetito. La brisa matinal se cuela en las alcobas impregnando su penumbra con el olor del pan recién horneado, de tortas, de bollos y de  enfarinoses  de calabaza, de chocolate o de canela, acompañando su aroma tostado con un alegre guirigay de gorriones como una albada de dulzainas y gaitas que animan a los vecinos a comenzar la mañana. Una jornada que los panaderos iniciaron ya en la noche preparando la masa en el obrador, cortando las raciones, dando forma a los panes y encendiendo el fuego para que los productos de panadería y bollería estén listos toda vez que, antes de hornearlos, una mano diestra hiera los panes con una cuchilla para que su corteza adquiera diferentes formas y texturas al abrirse. Horno de la Marcelina. Beatriz y Loreto (foto: jberniz) Hasta bien mediado el s. XX los hornos cocían el pan del día que ellos mismos elaborab

José Antonio "el Carbonero"

Imagen
José Antonio Bayona junto a Alejandro Campoy del Museo de oficios antiguos de Sena.   Los surcos de la historia de un pueblo los trazan sus vecinos. Unos van y vienen y otros permanecen siempre allí, pegados a su tierra, a sus haciendas y a sus casas, dejando la huella de su paso en la memoria como dejan las cosas, los objetos, las herramientas, los elementos cotidianos que caen en desuso con el tiempo y se convierten en piezas del museo de la vida de sus gentes que explican la historia del trabajo en el campo, en los talleres y en las casas.  Museos que no existirían sin la aportación desinteresada por la cultura de algunas personas que guardan las cosas, las reparan y pulen, como hace José Antonio “el Carbonero”, poco a poco, discretamente, sin bulla y que mostró en una excelente exposición etnográfica que cautivó a vecinos y visitantes haciéndoles revivir momentos e historias de su pasado a los más mayores y aportando conocimiento con sus explicaciones a los más jóvenes.  José Anton

Rincones y esquinas

Imagen
  La vida de un pueblo está gravada en la memoria de sus vecinos. También en sus calles, en sus rincones, en sus casas, y en las esquinas que giramos caminando hacia nuestros quehaceres cotidianos, descubriendo la emoción de los recuerdos de lugares y personas que añoramos, alegrándonos con el encuentro inesperado de un amigo, un conocido o una vecina que hace tiempo que no saludamos. Esquinas de nobles infanzones y esquinas de antepasados que se fueron dejando profunda añoranza. Esquinas con aroma a tabaco, rincones botánicos que refrescan los paseos veraniegos, esquinas de sastrerías antiguas y viejas esquinas de piedra que contrastan con modernas construcciones que reflejan el progreso de las gentes. Esquinas con arcos que saludan a los viajeros que visitan el pueblo, rincones coloridos con gatos que buscan las sombras en las mañanas de agosto y esquinas que andan solitarias en este año de vírica plaga que nos aísla . Rincones y esquinas con flores que alegran la vista, algun

Tormentas de verano

Imagen
Foto: jberniz En este lugar de extensos rastrojos abrasados y huertas colmadas de frutas, la naturaleza se muestra soberbia exhibiendo amaneceres de colores entre la bruma húmeda del alba y con atardeceres de nubes de algodón que se alzan siniestras en lejanos horizontes oscuros. Como esta tormenta vírica que amenaza las gentes, obligando a tomar medidas rigurosas que malmeten la economía, las relaciones sociales y nos ha dejado sin piscina. Por si fuese poca la borrasca sanitaria que ha impedido la celebración de las fiestas locales de agosto, tan solo interrumpidas en la guerra civil del siglo pasado, día sí, día también, atruenan noticias que inculpan al rey emérito de cobrar ilícitas comisiones sin pasar por ventanilla, o sobre cajas ocultas sin el sello de la agencia tributaria que afectan a dirigentes de partidos políticos. Los alcagüetes y alparceros de turno charran y no acaban en los medios escritos, radiofónicos y tras las negras pantallas planas de los televisores, c

Agosto

Imagen
En el mes de agosto, llegando a Ballobar por el oeste, el viajero se deleita con los ocres y amarillos de los campos segados que se mezclan con remolinos de polvo que levantan los rebaños de rasa, ovejas sedientas por el calor que abrasa los montes sin sombra, manchados de espartos, ontinas, balluaca, cardos y sisallos, romeros, restojos recientes, coscojas, artos y ginestas que extienden su fragancia aliviando los calores del camino. El verde de los pinos señala las cuestas que acercan al pueblo dejando atrás la sinuosa pendiente, reflejando el verde obscuro del parque de La Sierra, en la cara norte de la ripa. Ya en el llano, divisando las primeras casas del pueblo con la ermita en lo alto, el agua del riego acaricia los primeros rayos de sol entre las acacias, álamos de hojas plateadas y adelfas sonrosadas, algún ciprés solitario, abetos, pinos y tamarizas que van refrescando al caminante junto al barranco. Un jardín fresco que relaja el visitante en los

Máscaras

Imagen
Cuando pasan las horas sofocantes de las tardes de este verano extraño sin piscina, cerrada a cal y canto por motivos de salud pública, y el aire se llena de nuevo con el sonido alegre de los gorriones y de aromas dulces de las huertas, algunos vecinos se reúnen en los patios y en rincones de las calles sin tránsito que permiten un rato de tertulia placentera antes de la cena o, más tarde, al oreo de la noche estrellada. Se comentan los últimos decretos de confinamiento, el precio de los prescos, la cosecha de patatas, si la perdiz crió como se esperaba, la alarmante situación económica del país o si el Huesca subirá a primera. Las charretas femeninas, con temas propios de conversación, es un suponer más cercanos y entrañables dedicados a la familia, los nietos, las amarguras propias y las ajenas, la conserva del tomate, los líos sentimentales locales, o no, y todo aquello que distraiga la mente por un rato del duro trabajo en la casa, en el campo o en la empresa. Horas de palique